Es un cálido día de junio de 1935 en Granadilla de Abona, Tenerife. La plaza del pueblo está llena de vida: los preparativos para la fiesta de San Antonio de Padua están en marcha, y un grupo de personas se ha reunido alrededor de un automóvil que destaca entre las casas blancas y los caminos de tierra. Es un Essex de 1929, con la matrícula TF-3083, el primer taxi de Granadilla, ahora propiedad de Abelardo Márquez. El coche, lleno de pasajeros que ríen y saludan con entusiasmo, es más que un medio de transporte: es un símbolo de cambio en un pueblo donde los desplazamientos solían hacerse a pie o en carro.
El Essex tiene una historia propia. Fue matriculado el 24 de abril de 1929 por su primer propietario, D. Adolfo Gómez Gómez, un comerciante de San Isidro, un pueblo cercano a Granadilla. Adolfo, un hombre de negocios que se dedicaba a la exportación de tomates y plátanos a Europa, compró el coche como un lujo y una herramienta para sus viajes entre los puertos de Los Cristianos y Santa Cruz, donde negociaba con los exportadores. En aquella época, un automóvil era una rareza en Tenerife, y el Essex, con su diseño robusto y sus faros redondos, se convirtió en la envidia de muchos. Adolfo, conocido por su carácter serio pero justo, usaba el coche para transportar mercancías y, de vez en cuando, para llevar a su familia a las fiestas de los pueblos vecinos.
Sin embargo, la Gran Depresión, que comenzó en 1929, afectó gravemente el comercio agrícola en Canarias. Los precios de los tomates y los plátanos cayeron, y Adolfo, como muchos otros, empezó a tener problemas económicos. En 1932, decidió vender el Essex para cubrir deudas y mantener su negocio a flote. Fue entonces cuando Abelardo Márquez, un joven emprendedor de Granadilla de Abona, vio la oportunidad de su vida. Abelardo, de 35 años en ese momento, había ahorrado dinero trabajando como agricultor y ayudando en el transporte de mercancías con carros de bueyes. Siempre había soñado con tener un automóvil, no solo como un lujo, sino como una forma de ganarse la vida y ayudar a su comunidad.
Abelardo compró el Essex a Adolfo por una suma que, aunque modesta para los estándares de hoy, fue un gran sacrificio para él. Con el coche en sus manos, Abelardo tuvo una idea que cambiaría la vida en Granadilla: convertir el Essex en el primer taxi del pueblo. En una época en la que ir a Santa Cruz podía tomar un día entero a pie o en carro, un taxi era una novedad revolucionaria. Abelardo comenzó a ofrecer viajes a los pueblos cercanos, al hospital de Santa Cruz o incluso al puerto de Los Cristianos, cobrando una tarifa que, aunque alta para muchos, era accesible para quienes necesitaban moverse con urgencia. Pronto, el Essex se convirtió en un símbolo de progreso, y Abelardo, en una figura querida en Granadilla.
En la fotografía de 1935, vemos al Essex lleno de pasajeros, algunos de pie y otros sentados, celebrando el día de la fiesta de San Antonio de Padua. Abelardo, al volante, lleva un sombrero de fieltro y una expresión de satisfacción. Entre los pasajeros está su hermana Carmen, que agita la mano con alegría, y varias amigas del pueblo, como Dolores, una costurera que nunca había subido a un coche hasta ese día. También hay dos jóvenes agricultores, que se han unido al paseo para disfrutar de la novedad. Para muchos de ellos, montar en el Essex es una experiencia única, un pequeño lujo en una vida marcada por el trabajo duro y la simplicidad.
Abelardo ha decidido llevar al grupo a dar un paseo hasta El Médano, a pocos kilómetros de Granadilla, para que puedan ver el mar y sentir el viento mientras el coche traquetea por los caminos de tierra. El Essex, aunque ya tiene seis años y muestra algunos signos de desgaste, sigue siendo confiable. Abelardo lo cuida como si fuera un tesoro: limpia los faros, revisa el motor con frecuencia y se asegura de que el claxon, que usa para saludar a los vecinos, siempre funcione. Mientras conduce, los pasajeros cantan coplas y charlan animadamente. Carmen le pregunta a Abelardo si algún día podrá comprar un coche más grande. Él se ríe y responde: "Si el negocio sigue bien, quién sabe. Pero este Essex ya nos ha dado mucho".
El trayecto no está exento de desafíos. Las carreteras de Tenerife en los años 30 son poco más que caminos polvorientos, llenos de baches y piedras. El Essex avanza lentamente, y en más de una ocasión, Abelardo tiene que detenerse para apartar una piedra del camino o para dejar pasar un rebaño de cabras. Pero para los pasajeros, cada momento es una aventura. En El Médano, se bajan a estirar las piernas y a contemplar el mar, mientras Abelardo aprovecha para descansar y fumar un cigarrillo. Los niños del grupo corren hacia la playa, y las mujeres charlan sobre la fiesta que les espera al regresar.
De vuelta en Granadilla, la plaza ya está llena de gente. Hay música, bailes y mesas con comida tradicional: papas con mojo, gofio amasado y pescado fresco. Abelardo aparca el Essex a un lado, y los niños del pueblo se acercan a verlo, fascinados por su diseño y su claxon. Para ellos, Abelardo es una especie de héroe local, alguien que ha traído un pedazo de modernidad a su mundo. Mientras la fiesta continúa, Abelardo se sienta con sus amigos a compartir un vaso de vino, agradecido por el camino que el Essex, que una vez perteneció a D. Adolfo Gómez Gómez, le ha permitido recorrer.
HISTORIA FICTICIA