Es una mañana fresca de primavera en la Playa de San Juan, Guía de Isora, en 1953. El sol comienza a calentar la arena negra de la playa mientras las olas rompen suavemente contra la orilla. Frente a la Casa de los Dorta, un edificio de dos plantas con paredes encaladas y un pequeño porche, la actividad no se detiene. La casa, propiedad de la familia Dorta desde hace generaciones, es más que una vivienda: es un punto de encuentro para los pescadores del pueblo. Don Manuel Dorta, el patriarca de la familia, es conocido por su generosidad. Aunque ya no sale a faenar por su edad, presta sus barcas y su almacén a los pescadores más jóvenes, y su patio siempre está abierto para quienes necesitan un lugar donde reparar redes o tomar un café antes de partir al mar.
En la playa, tres barcas de madera descansan sobre la arena. Una de ellas, la más cercana, está cubierta con una lona para protegerla del sol y la sal. Las otras dos están rodeadas de un pequeño grupo de hombres que trabajan con calma pero con la eficiencia que da la experiencia. Entre ellos está José, un pescador de 35 años que ha pasado la noche en alta mar junto a sus compañeros, Domingo y Luis. Han regresado con una buena captura de vieja y chernes, peces que abundan en estas aguas y que serán bien recibidos en el mercado de Guía de Isora. José, con las manos curtidas por el sol y el agua salada, revisa las redes mientras Domingo y Luis descargan las cestas con el pescado. Los tres hombres intercambian pocas palabras, pero se entienden con gestos y miradas; la pesca es su vida, y cada día trae sus propios retos.
A pocos metros, un camión viejo pero robusto espera para llevar la captura al mercado. El vehículo pertenece a Carmelo, un transportista del pueblo que hace el trayecto hasta el mercado de Guía de Isora varias veces por semana. Carmelo, que también es primo lejano de José, fuma un cigarrillo mientras observa el trabajo de los pescadores. "Si siguen trayendo pescado como este, pronto podremos comprar gasolina para ir más lejos", dice con una sonrisa. José asiente, pero su mente está en otra parte. Sabe que los tiempos están cambiando: la pesca artesanal, que ha sido el sustento de su familia durante generaciones, empieza a competir con barcos más grandes que vienen de otras partes de la isla. Además, los rumores de emigrar a Venezuela, donde dicen que hay trabajo en las plantaciones y en las ciudades, están cada vez más presentes en las conversaciones del pueblo.
Mientras los hombres trabajan, una figura más pequeña se mueve entre las barcas. Es Juanito, el hijo de José, de 12 años. Aunque debería estar en la escuela, hoy ha convencido a su padre para que lo deje ayudar. Juanito sueña con ser pescador como su padre, pero José no está tan seguro de querer ese futuro para su hijo. "El mar da, pero también quita", le dice a menudo, recordando las tormentas que se han llevado a más de un amigo. Por ahora, Juanito se conforma con cargar una pequeña cesta de pescado hasta el camión, sintiéndose útil y orgulloso.
Desde el porche de la Casa de los Dorta, doña Carmen, la esposa de don Manuel, observa la escena con una mezcla de nostalgia y preocupación. Sabe lo duro que es el trabajo de los pescadores, pero también lo necesario que es para la supervivencia del pueblo. En su cocina, ya tiene el fuego encendido para preparar un potaje de pescado que compartirá con los hombres cuando terminen. La Casa de los Dorta siempre ha sido un refugio para la comunidad, y Carmen se asegura de que ese espíritu no se pierda.
Al fondo, las colinas de Guía de Isora se alzan hacia el cielo, testigos silenciosos de la vida que se desarrolla en la playa. Para los habitantes de Playa de San Juan, la pesca no es solo un oficio: es una forma de vida, una conexión con el mar que los ha sostenido durante siglos. Pero en 1953, el mundo está cambiando, y nadie sabe cuánto durará esta tranquilidad. Por ahora, el sonido de las olas, las risas de Juanito y el murmullo de los pescadores llenan la mañana, mientras la Casa de los Dorta sigue siendo el corazón de esta pequeña comunidad costera.
HISTORIA FICTICIA